TURISMO

CIUDAD VALLES Y LA HUASTECA
Julián Díaz Hernández

 

En las barbas del coloso:

Tanta majestuosidad y belleza no podían tener una sola opción para admirarla, así que la naturaleza -benévola con Aquismón y el resto del mundo que gusta de sus atractivos- permitió una segunda ruta: Con nuevas estampas, otros senderos, sonidos diferentes, y al final, perspectivas distintas de ese gigante de agua que sigue maravillando a quien le conoce.

   Este ingreso alternativo es por “El naranjito”, ejido que se atraviesa hacia el sur, por un camino de terracería que también deberá dejar atrás a “El corozo”, con sus dos portones y el respectivo cobro de ingreso. Siempre hacia la derecha, el andar de 30 minutos y su lentitud a la que obliga el terreno agreste, permitirá al visitante conocer de primera mano la vegetación de esta zona del norte aquismonense.

   Árboles de chaca, chote, aquiche e higuerón, sobresalen entre los arbustos donde proliferan nopales, jacubes, el cempasúchil de temporada, y los circundan –como en una especie de muralla protectora- los huapillales con sus hojas llenas de espinas que desgarran. Los olores del campo relajan al igual que el canto de las aves, hasta que algún escandaloso “papán” alerta nuestra llegada y hace huir al resto de los pájaros.

   Los sauces y bambúes “anuncian” que estamos próximos a tierra húmeda, y el ruido que hace el caudal, confirma el arribo a la ribera del río “Gallinas”. A la vuelta –frente a un cañaveral- vemos el estacionamiento que al mismo tiempo se convierte en embarcadero; el lugar solo funciona en época de elevado nivel, cuando la corriente ha mandado al pasado el rústico y temporal puente de madera por donde debían cruzar los vehículos.

   Esta metamorfosis tiene una explicación con su dosis de desaliento: Durante la primavera o el verano, mientras la temperatura aumenta, las lluvias escasean y los cultivos de caña requieren de agua para subsistir; la desmedida extracción del río, provoca un descenso del contenido acuífero a lo largo de los –vecinos- municipios de Tamasopo y Valles, así como de Aquismón.

  Entonces el “Gallinas” es apenas algo comparado a un arroyo, sobre el cual se tiende temporalmente un puente burdo para el paso de las unidades motrices hacia el otro lado; lo malo viene cuando ese hilo de agua se adelgaza o de plano desaparece, llevándose consigo el esplendor de una cascada que deja de formarse, y los turistas solo pueden apreciarle en fotografías o en videos. 

   Por eso cuando la temporada de precipitaciones pluviales lo permite, hay que aprovecharla al máximo para vivir esta experiencia desde la parte alta. Calzarse el zapato anti derrapes, la ropa ligera y guantes que protejan las manos (si la idea es desplazarse hasta la parte más extrema). Pese a que caminaremos bajo la sombra, una buena dotación de agua e hidratantes tampoco está de más.

   Librar una puerta metálica –donde a veces hay un costo- deja la ruta por un angosto camino, que de la gravilla de río pasa a tierra mojada y luego a piedras resbaladizas; eso y el “Gallinas” acercándose cada vez más a nuestro paso, indican que estamos cerca. La bruma que dejan los miles de litros al estrellarse contra la montaña vecina, se combinan con el estruendo: En menos de media hora, casi hemos llegado.

   Así que con la motivación de la cercanía, el ascenso de una rústica escalera y el desplazamiento por un camino entre fango y raíces se realizan muy rápido, hasta ponernos en un escenario verdoso por la lama y el musgo, resultado de la humedad que impera en el ambiente. El follaje y la frescura enmarcan el recibimiento a las meras barbas del coloso; ahí está “Tamul”, junto a nosotros, a la izquierda, muy al alcance.

  Quedamos maravillados por la sensación de la proximidad, y la imaginación no para de dar opciones para fotografiar, video grabar, o simplemente observar; el vértigo y la adrenalina también se combinan: Desde lo alto puede verse allá abajo -a más de 100 metros- el paso del río “Santa María” y alguna palizada que arrastró el “Gallinas” en tiempo de creciente, y que sorprendentemente sigue ahí.

   En el cerro de enfrente, la fuerte precipitación del agua rebota y asemeja nacimientos desde sus entrañas, y la ventisca genera una especie de llovizna hacia nosotros. Las condiciones orillan a extremar precauciones con el equipo electrónico que llevamos, pero sobre todo con la integridad, pues explorar sin cuidado por los altos miradores implica elevado riesgo: Un resbalón podría ser fatal.

BAJAR AL “SANTA MARÍA”

En sentido opuesto a la cascada (al sur) hay una vereda solo para avezados: Lleva a la orilla del río “Santa María” y permite ver desde abajo el esplendor de “Tamul”. Hay que caminar en pendiente y luego usar tres escalerillas rústicas, cada vez una más grande que la otra; para contrarrestar el balanceo se puede bajar asido a un cordón de alambre y a un barandal, sin olvidar que si el descenso es difícil, el regreso será un verdadero reto a la condición física.

   Abajo, nuestros pies pueden entretenerse con la arenisca, y los sentidos se llenan de nuevo de la frescura, pues aunque la caída queda más distante que arriba, la brisa que se forma con la cascada sigue regalándonos un soplo frío; entonces aprovecharemos la luz para nuestras fotografías frente a “Tamul” (a veces con el ingrediente de un arcoíris), precisamente del otro lado a donde llegan los lancheros por el río a contra corriente.

   Aquí otra opción -con la planeación y el equipo adecuado- es hacer rapel desde arriba, o acampar a la orilla del río, para prolongar la delicia de la experiencia y olvidarnos de aquella inconsciencia del mal uso del recurso fluvial de la que ya se hablaba antes, y que en ocasiones seca la caída… Entonces la cascada parecerá un monstruo sediento que amenaza con devorar a aquellos que han atentado contra su magnificencia. 

            

 

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