TURISMO

CIUDAD VALLES Y LA HUASTECA
Julián Díaz Hernández

Remando a contracorriente:

La bravura de la corriente es tanta como la del astro rey quemante encima, por eso la expedición más vale iniciarla temprano y -si se puede- en una época del año en que la inclemencia repercuta menos. Como sucede con la mayoría de los atractivos de la Huasteca Potosina, la recompensa al final siempre resultará gratificante para todos los sentidos.

    “Tanchachín” o “La morena” -en el paradisiaco municipio de Aquismón- son los dos puntos de partida a elegir; los lancheros esperan con sus coloridas embarcaciones de madera, prestos, en el embarcadero. Aquí se apuesta por la ecología, por eso no hay transportes de motor (que ensucien el agua con sus aceites y combustibles), y se privilegia la seguridad: El chaleco salvavidas es obligatorio y no permiten alcohol ni tabaco.

 

   También hay que darle su resguardo al cuerpo: Gorra o sombrero sobre la cabeza, lentes para el sol y el respectivo bloqueador de alta protección, ropa de fácil secado, calzado que no derrape, y si entrarán a la experiencia del remado no hay que olvidar los guantes. Esencial la mochila impermeable para llevar la cámara –de fotografía o video- que capte cada momento, y la ropa para nadar por si, al regreso, se apetece un frío chapuzón.

 

   La belleza del azul turquesa en el agua del “Tampaón” es como una especie de imán para iniciar el recorrido, por eso pocos se resisten a la invitación del conductor a sincronizarse con él, en la tarea de usar el remo: Combinación de ejercicio con fluido de adrenalina, que los hará sentirse parte de una aventura a contra corriente, rumbo a uno de los máximos atractivos naturales de la región, del estado y del país.

 

   Habrá quienes preferirán recurrir a la calma para recrearse la vista, avanzando sobre el agua en medio de dos elevadas montañas boscosas: Imaginando inmutables vigilantes en roca, o suponiendo –por la hojarasca estancada entre los peñascos- la altura que debe alcanzar el caudal en la peligrosa época de lluvias, precisamente cuando la navegación se prohíbe.

 

   De ese lapso un buen recuerdo puede ser –si la poca elevación del agua lo permite y el turista así lo elige- pasar bajo la regadera natural que se forma por escurrimientos que vienen desde sierra arriba y que se convierten en pequeñas cascaditas, tan singulares que el solo hecho de admirarlas en todo su esplendor, ya es de por sí una recreación. Hay que tener cuidado con el daño que la humedad pueda causar en las pertenencias delicadas.

 

   De lo que es difícil quedar exento es de descender de la lancha metros adelante, donde los rápidos se vuelven más feroces y el nivel del río baja hasta hacer aflorar algunas piedras, que raspan el fondo del transporte y obligan a aligerar el peso. Ello servirá para caminar entre la arena y el pasto, y retomar energías para la siguiente media hora de trayecto.

 

   Rehidratando al cuerpo y exhalando aire puro, tomando fotografías y relajándose con el paisaje, estaremos listos para el máximo objetivo del recorrido, justo al doblar una vuelta -hacia la izquierda- ofreciéndose en todo su esplendor y anunciándose con su estruendo: La enorme cascada de “Tamul” nos recibe con la majestuosidad de sus 300 metros de ancho (que pueden variar de acuerdo con la época), y su caída de 105. 

 

   Entonces el deleite es a elegir, ya sea desde la movilidad misma de la embarcación, o esperar a la admiración tranquila tendidos sobre una peña, otros preferirán acercarse sorteando la escarpada; y los hay aquellos: Extremos y debidamente equipados, que usarán la altura para la práctica del rapel, llevando sus sentidos a la cumbre de la emoción. 

   Hay que tener en cuenta que en tiempo de demasiada afluencia (Semana Santa, por ejemplo) el tiempo para permanecer en las escolleras se reduce, pero el resto del año es posible recrearse con más disponibilidad, hasta que el lanchero le recuerda al visitante que aún queda un sitio más por visitar, deseable desde luego si la temperatura elevada del ambiente llama a un fresco baño.

 LA “CUEVA DEL AGUA”

    El retorno, más ágil –considerando que se va a favor de la corriente- nos lleva luego a la falda de la famosa cueva, por donde hay que ascender unos cuantos metros hasta llegar al cenote, que se abre como enorme boca en la pared del cerro. Por la profundidad considerable, el chaleco sigue siendo necesario; lo opcional es meterse a nadar retando el agua helada o tirarse un clavado desde una saliente en el muro de la cámara. 

  

   La estancia también es a elegir: La naturaleza envuelve con su encanto y la frescura invita a permanecer mucho tiempo, entre la relajación que se sobrepone al conteo de los minutos. El follaje verde y el sonido del correr del agua entre los arroyuelos descendentes hacia el río, atrapan los sentidos y con ello al cuerpo, hasta que el ejercicio empieza a cobrar su factura y despierta la llamada del estómago.

    

   Es momento de regresar, para cumplir con otra encomienda que rubricará la delicia del día: Restaurantes debidamente acondicionados esperan en los ejidos vecinos desde donde se ha partido, para hacernos sucumbir ahora -en un desfile gastronómico muy típico- con el aroma y el sabor de sus enchiladas, enmarcando suculentas mojarras fritas o un platillo de acamayas (sabroso langostino de río) al mojo de ajo, pescadas ahí cerca. 

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